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El EGO, el Eco del SER

Ser y no ser. Somos lo que no somos y tanto llegamos a creer eso que no somos, que confundimos el ser y el no ser. Ser y no ser parece la eterna cuestión. Ser y no ser, confundidos entre lo que parece ser y lo que el Ser parece.

Ser y no ser.  Somos lo que no somos y tanto llegamos a creer eso que no somos,  que confundimos el ser y el no ser.  Ser y no ser parece la eterna cuestión. Ser y no ser, confundidos entre lo que parece ser y lo que el Ser parece.

En la sociedad se nos enseña a tener un ego fuerte, incluso algunas ramas de la psicología se orientan a fortalecer el ego y en círculos de ámbito espiritual se trata sobre el ‘crecimiento personal’. 

En este mundo tan complejo es difícil discernir sobre la verdad o la mentira a simple vista y es por eso que todos tenemos algo de la verdad y nos contagiamos diferentes planteamientos de la misma, distorsionándola a nuestro gusto y creando mentiras que nos confunden y encadenan más, en lugar de liberarnos.


Es un reto en los tiempos actuales descifrar la luz que circula entre las diferentes corrientes de ‘pensamiento’ y puesto que hay tantas, la mayoría de los ‘buscadores ‘ que se tratan de aclarar en los conceptos, desisten, porque son utilizados con significados muchas veces contradictorios o equivocados. 


Por eso, el que trata de realizarse honestamente en un Camino para descubrirse, porque ya ha llegado su momento de despertar, encuentra muchos escollos y realmente hemos de acordar que este proceso, quien lo inicia y es perseverante en su tarea, es una verdadera heroicidad.


La sencillez de ser un humano consciente de sí mismo no es el objetivo educacional de la sociedad. Se nos educa para ser ‘alguien’ el día de mañana y si no, se nos dice que no somos ‘triunfadores’. Se nos educa en unas formas de pensamiento sujetas a un colectivo y no sabemos discernir al cabo del tiempo, si somos nosotros los que decidimos algo o si son los programas instalados en nosotros que finalmente toman la resolución de nuestro reaccionar cotidiano.


He dicho reaccionar, porque al no ser una acción consciente, la respuesta surge de la hipnótica sobredosis  que el sistema ha depositado en nuestro subconsciente de manera cruel y subliminal, en un goteo continuo de falsas interpretaciones acerca de cada uno de nosotros y nuestra relación con el mundo.


Es el pensamiento colectivo lo que habla por nosotros mientras nuestro pensamiento semilla no ha despertado a partir de la conciencia propia. Si nosotros no manejamos las energías, mientras no seamos conscientes de ellas, éstas nos manejan a a nosotros. 


Mientras no somos conscientes de nuestra personalidad, nos confundimos en los espejismos de tantos matices que hay a nuestro alrededor y los usurpamos para protegernos de los juicios de los demás.


Así nos podemos encontrar en expresiones tales como: ‘No era yo, cuando dije o hice esto o aquello’. ‘¡En nuestra familia siempre se ha hecho así y tú harás lo mismo!’. ‘¡Voy a defender los colores de esta camiseta hasta la muerte!’. 


Desde pequeños, tenemos estereotipos que idealizamos. Desde nuestros padres a artistas ‘famosos’, de personajes de la historia al vecino o profesor que admiramos por algún motivo. 


Todos pueden ser ‘modelos’ para nosotros.  Y así como todos pueden dejar huella en nuestra tierna y esponjosa niñez o adolescencia, recibimos impactos tanto de carácter positivo como negativo. Las diferentes heridas que recibimos de nuestro entorno inmediato provocan múltiples engramas en nosotros. 


Los engramas son las impresiones que un acontecimiento deja en la memoria celular de nuestro organismo cristalizadas en emociones que pueden brotar al más pequeño contacto de este paquete de información instalado en nuestra psique y también en nuestro cuerpo físico.


Son como bombas de relojería a punto de estallar y el detonante puede ser una palabra, un gesto, una situación determinada que la asociemos al momento que se instaló este dolor en nosotros.


Cada uno de nosotros es un universo desconocido hasta que empezamos a descubrir todo eso que no somos y que está impreso en nuestro vehículo físico, expresándose en gestos, posturas, maneras de hablar y de relacionarnos, así como tensiones o debilidades de nuestro cuerpo y mente que no sabemos su causa.


Cuando sentimos estas reverberaciones de malestar en nosotros, acudimos al médico o psicólogo de turno y si no acertamos en la elección, en lugar de desatar el engrama, sólo taponan el síntoma  con pastillas que cronifican el proceso y no lo sanan.


Al llegar a la etapa adulta, estamos tan castigados por los embates a los que hemos estado sometidos,  que todo nuestro ser se halla conmocionado en espasmos reactivos y defensivos ante cualquier insinuación que creamos que atenta contra nosotros. 


Hemos perdido la capacidad de expresarnos adecuadamente y como no hemos sido educados en imprimir algo en nosotros conscientemente,  tampoco muchos de nosotros sabemos expresar nuestras emociones ni relacionarnos con la conciencia que se requiere. 


Imprimimos los contenidos según hemos sido instruidos sobre que esto o aquello es lo que se ha de imprimir. Nos creemos libres hasta que algo a lo largo de nuestra vida nos demuestra nuestra falta de libertad interior. 


A los hombres se les educa para no expresar sentimientos y no está bien visto que un hombre llore en determinados círculos sociales. Una mujer está sometida a determinadas ‘obligaciones’ y todos estamos instruidos en el miedo, el orgullo y en la ira.


Nuestro rol social y familiar es poderoso. Todos tenemos reminiscencias de estos poderosos encasilladores. A veces nos rebelamos contra ellos y lo que queda en nosotros, sólo es un ataque de rebeldía frente a lo que nos han inculcado, pero no, una auténtica libertad de criterio. Así podemos ver ‘tribus urbanas’ o colectivos determinados con características propias e ideologías que muestran sólo un rechazo de lo que existe a su alrededor. 


Tal vez a nivel social es necesario e incluso diría que es lógico que existan, pero sigue mostrándose sólo una reacción. 


El adolescente que pretende desapegarse del control paterno, vive en una pulsión constante de contradecir todo lo que está establecido. 


Así fundamenta su  nueva personalidad y construye su realidad a base de decir a los demás lo que no es, lo que no quiere ser y lo que no desea que nada sea. La frase natural que pulsa en su interior para expresar quién es, se define como: ‘Tú no ERES.’


Al negar a los demás, se niega también a sí mismo y eso le produce un gran dolor, porque en esta negación no afirma nada realmente. Intuye su verdad, pero no la sabe descifrar y ¿qué es lo que hace con el tiempo? Acuña las verdades que hay a su alrededor en un complejo ecosistema relleno de media verdades y cómodas mentiras.


Así llegamos muchas veces a la ‘madurez’, siendo aún adolescentes de mente, negando a los demás y negando aquello que somos en verdad.


Nos sujetamos a estilos de peinado, prendas de vestir, formas de hablar y comportamientos que se vuelven un hábito cotidiano.


Pertenecemos a una familia, una cultura, un sistema de creencias  y a un tiempo. Sólo por un instante imagina tu vida en un país totalmente distinto al que vives. En una familia totalmente diferente, con unos medios o unas circunstancia totalmente contrarias a las que estás viviendo ahora. 


Visualízate en un tiempo pretérito o futuro, siendo más joven  o más anciano, siendo una persona del otro género. Sólo por un momento trata de imaginar quién serías si todo esto fuera diferente. 

¿Tu comportamiento sería el mismo? ¿Tu existencia la comprenderías de la misma forma?   


El ego, es el disfraz del ser. Es el eco del ser. Cuando el ser produce resonancia y golpea contra alguna montaña, ésta le devuelve el eco. Es la voz del ser distorsionada. Como si se hubiera disfrazado.


Así creemos que somos cristianos o católicos, blancos o japoneses. Creemos ser albañiles o capitanes, enfermeras o colegiales, desgraciados o presidentes, prostitutas,  ladrones, bailarinas o sobrinos.


El ego gasta mucha energía para defender su rol o coger uno nuevo. El ego es la fuente de toda tristeza, porque desea ser alimentado a costa de la paz de tu alma.


Alejandro Magno pidió un último deseo antes de morir. 


Quiero- Dijo- que cuando llevéis mi ataúd a la tumba, mantengáis las manos del cadáver, fuera.

Su comandante en jefe intrigado le preguntó:

¿Qué clase de deseo es este?


Y el Gran Alejandro Magno le dijo: _Apenas tengo fuerzas para explicártelo, pero lo que deseo es mostrar al mundo que me voy con las manos vacías. 


Creía que cada día era más grande, más rico, más poderoso, pero mírame, a punto de irme de esta vida nada de lo que tengo me sirve para obtener ni un gramo más de existencia. 


Así que he desperdiciado mi vida acumulando riquezas que no servían para nada.  Al nacer llegué con los puños apretados como si deseara sujetar algo con mis manos. 


Ahora, en el momento de mi muerte, deseo tener las manos abiertas, como un mendigo, sin nada que pueda llevarme en ellas.


En realidad, el problema no reside en la riqueza. Si no en lo que no vemos por causa de la riqueza. 


No hay problema en adoptar un rol dentro de la existencia, será un problema si creemos que somos este rol. No somos el disfraz. Somos lo que somos. 


Y lo más interesante es que el ego al ser una ficción, a veces desaparece. Cuando se duerme y no se sueña, es un tiempo importante donde podemos percibir el ser.


El sexo puede ser otro Portal para interpretar la naturaleza esencial. Pero de igual manera, muchos crean personajes ficticios que movidos por la búsqueda del placer todavía desatan más las características del ego. 


Cuando en el sexo puedes quitarte todos los disfraces, puedes hallar la esencia de lo que eres, igual que una cebolla.


A propósito del ego, hay una historia sobre un maestro zen que le da un koan a su discípulo.


El koan es una pregunta sin respuesta lógica, en la que el adepto ha de meditar y dar una respuesta a su maestro que muestre su nivel de comprensión de la Vía. 


El maestro le plantea lo siguiente: Si metes un pequeño ganso dentro de una botella y cada día le das de comer, al cabo de cierto tiempo será tan grande que no podrá salir de ella.


El koan consiste – le dice al discípulo- En sacar el animal de la botella sin romperla, ni matarlo.

Finalmente el discípulo después de meditar largo tiempo, volvió al maestro y le dio esta respuesta: ¡El ganso está fuera!


El maestro comprendió que su discípulo había comprendido el paralelismo que le planteaba y sonriendo le replicó: Lo has comprendido. Déjalo fuera. Nunca ha estado dentro.


Como el ganso está fuera y nunca ha estado dentro de la botella, no hay problema alguno. Nadie tiene que sacarlo. No sirve de nada elucubrar pensamientos acerca de cómo sacar el ganso sin dañarlo o romper la botella. 


La respuesta es tan simple como clara. No existe ni siquiera el ganso. El espejismo del ego, nos hace creer de su existencia y nuestro comportamiento refuerza esta idea.


La mente es una sucesión de pensamientos que desfilan ante nosotros en la pantalla de nuestro cerebro.


Podemos ver una película y emocionarnos, pero en realidad, nada de lo que estuvimos mirando en el cine era real. Todo era una ficción y los actores nunca se enamoraron o murieron en el film.


Nuestros egos rebotan entre las fortalezas que levantamos para no ser heridos, para defender nuestros disfraces y máscaras. Cuanto más rebotan, más fuertes son y más grandes hemos de hacer nuestras defensas.


Un día, un ego, igual como una pelota será lanzada contra alguien y no hallará resistencia. 


Ninguna fortaleza, ningún espejismo ante este adversario tremendo. La fuerza de la pelota no podrá dañar a tal individuo, porque simplemente fuerza, pelota y adversario se desvanecerán como el humo. 


Este es el poema que creé respecto a este tema y que os invito a meditar:


Es un texto de la Escuela que interpretamos como un teatro. 


Ser y no ser


Somos lo que no somos

y tanto llegamos a creer eso que no somos, 

que confundimos el ser y el no ser.


Ser y no ser parece la eterna cuestión.

Ser y no ser, confundidos entre lo que parece ser

y lo que el Ser parece.


Nos aventuramos a creer que somos,

pero en este pozo sin fondo,

sólo descubrimos aquello que no somos.


Nos aventuramos a creer que podríamos ser,

sin detenernos a pensar que el Ser jamás puede surgir del no ser,

pero el no ser puede surgir del Ser.


Podríamos ser lo que fuimos y lo que somos,

pero nunca jamás, lo que no somos ni hemos sido

y sólo podemos ser, cuando no pretendemos ser

ninguna otra cosa más que lo que somos.


En el pozo sin fondo del no ser, insondable y profundo,

mientras caemos, sólo oímos los gritos de nuestra desesperación.


Si cerramos los ojos y guardamos silencio,

veremos la Luz y oiremos el eco del Ser

vibrando dentro de nosotros.


Sin caída no hay eco

Sin pozo no hay resonancia,

Sin miedo no hay valor,

Sin valor no hay esperanza

Sin esperanza no hay Voluntad

Sin Voluntad ninguna verdad se mantiene.


Sin caída no hay pozo,

sin pozo no hay caída.

Sólo Paz dentro del Ser,

cuando el no ser, cae. 




                                                                        AI.AM


 


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