Estaba allí en medio de toda aquella descomunal masa de gente, observando como pululaban de un lado a otro con sus quehaceres, objetivos y devaneos particulares, solos o en compañía, en un movimiento continuo que seguramente visto desde arriba, causaría la sensación de un hormiguero.
¿Alguna vez, una hormiga se pararía a pensar qué hace en medio del estresante movimiento de un hormiguero?¿En alguna ocasión se podría detener a observar el incesante ajetreo de toda esta algarabía e imaginarse cómo se debería ver desde la distancia?. ¿O tal vez, sumergida dentro de este caos organizado, ni siquiera tiene tiempo para pensar que forma parte de una 'supermente' colectiva que impulsa instintivamente a actuar a cada uno de los individuos como parte de un todo?.
Cada hormiga tiene una tarea específica dentro del hormiguero. Pero a ninguna se la adiestra en este comportamiento. Está implícito en sus genes, en su intrínseca manera de ser. Su existencia está codificada desde el momento de nacer hasta que mueren. Saben cómo defender el hormiguero y la función que desempeña cada una, en una jerarquía muy clara.
A veces no hay mucha diferencia entre un hormiguero, una colmena, una manada de bisontes o una sociedad humana defendiendo su castillo o atacando al vecino para rapiñar lo que sus congéneres no tienen. Después de todo, el ser humano tiene sólo el doble de genes que la mosca del vinagre y un tercio más que el gusano común. Así que no habríamos de vanagloriarnos mucho de nuestros logros cuando aún no sabemos salir de nuestro comportamiento animal, dando por supuesto, claro, que a veces los animales son más civilizados que nosotros.
Es igual que tengamos armas muy sofisticadas o conocimientos muy avanzados en diferentes áreas,
al igual que nuestro amigo y poeta José Lizano, a veces, yo sólo veo mamíferos, e incluso si me apuran, hormigas, moscas del vinagre o gusanos. Él puede tener una visión del conjunto cuando su comportamiento los evidencia contundentemente:
“Yo veo mamíferos.
Mamíferos con nombres extrañísimos.
Han olvidado que son mamíferos
y se creen obispos, fontaneros,
lecheros, diputados. ¿Diputados?
Yo veo mamíferos.
Policías, médicos, conserjes,
profesores, sastres, cantoautores.
¿Cantoautores?
Yo veo mamíferos…
Alcaldes, camareros, oficinistas, aparejadores
¡Aparejadores!
¡Cómo puede creerse aparejador un mamífero!
Miembros, sí, miembros, se creen miembros
del comité central, del colegio oficial de médicos…
académicos, reyes, coroneles.
Yo veo mamíferos...”
Y sigue, pero he preferido que, si estáis interesados, lo busquéis por Internet. De momento, y por lo que al artículo en cuestión se refiere, queda señalada esta observación común en cuanto a determinadas maneras de actuar de los llamados 'seres humanos'. Es obvio, me diréis, que la esencia no es ésta, pero ¿no es verdad que cuando hay grandes aglomeraciones de gente y sucede un percance, se han dado casos en los que para tratar de 'salvar el pellejo' se ha pisoteado a los demás e incluso han matado a otros?
No digo que no exista aquél que entrega su propia vida para ayudar a los demás o casos de heroicidades extremas, incluso la madre abnegada que es capaz de múltiples sacrificios para dar de comer a sus hijos. La gran amalgama de matices humanos es infinita, pero cuando nos olvidamos de la persona, somos afectados por el 'inconsciente colectivo'.
Este término, acuñado por Carl Jung, psiquiatra suizo de principios del siglo XX, postuló que había un sustrato común en todos nosotros, marcado por unos remanentes arcaicos a los que él llamaba arquetipos o imágenes primordiales. Los arquetipos expresan los instintos en un sentido biológico pero al mismo tiempo comprenden el lado espiritual de la persona. Y los instintos nos dominan cuando nuestra supervivencia está en peligro o nos hacemos creer que así sucede.
Los instintos están unidos al hormiguero y si no despertamos nuestra cualidad individual, seremos simples hormigas llevadas por el conjunto. Sin embargo aquí hay una paradoja, mientras no puedas verte dentro del conjunto, desde fuera de él, no podrás activar tu esencia como individuo consciente dentro del mismo.
Os propongo un ejercicio para realizar ahora: Ved lo que estáis haciendo y tomar un poco de distancia tratando de veros desde arriba, jugad a salir un poco más del entorno más cercano y tratad de visualizaros dentro de la comunidad o la sociedad donde estáis, cada uno con su particular manera de definirse en la circunstancia que le toque, el comerciante, el guardia municipal, la señora que va a hacer la compra, el niño que va al colegio. Salid un poco más de este contexto y abarcad algo más extenso, otra ciudad, el país, otros lugares, el planeta.
Observad el hormiguero y tratad de identificar la miríada de mentes que forman parte de una Mente conectiva global. Después volved a integraros paulatinamente al lugar y a la acción que en este momento estáis desarrollando.
Este sencillo ejercicio nos dará la oportunidad de recolocar nuestra mente en un espacio y tiempo distintos al que estamos acostumbrados. Cambiaremos nuestro ritmo interior y tendremos la sensación de pertenecer a un conjunto mayor que no solamente al que estábamos acostumbrados, donde los forasteros eran los enemigos y todos los que no pertenecían a nuestra familia y círculo de amigos, eran extraños.
Esta práctica mental, que no tiene contraindicaciones ni es peligrosa para la salud, es una actitud socio-psicológica que transforma un individuo austero y aislado, en un universo abierto y creativo, potencialmente inclusivo, participativo y a la vez en un ser despierto e irrepetible.
Si podemos darnos cuenta en un momento determinado, que estamos dentro de un hormiguero, dejaremos de ser meras hormigas o moscas del vinagre, para empezar a sentir que somos seres humanos, que aun siendo mamíferos, tienen una cualidad humana única capaz de desarrollarse con toda su esencia.
Este pequeño paso, es un salto evolutivo en la superficialidad de nuestras mentes que tienen toda la profundidad del océano. Podemos generar mayor conectividad e incrementar el rendimiento de nuestros roles sociales. Cuanto más colectiva sea nuestra inteligencia, más sabias serán nuestras acciones. Si somos una de estas entidades capilares emergentes que despuntan en el hormiguero, si nos damos cuenta de las señales de nuestro alrededor, podemos formar parte de un nuevo paradigma, de una nueva fuerza que se ha de despertar.
En nuestra mesa de trabajo, tal vez nos estemos preguntando si hay algo que podamos mejorar, o si hay alguien que no lo tiene, qué es lo que puede aportar dentro del conjunto de su sociedad. En cada ocasión que nos observamos y vemos nuestra mente aislada, perdemos la oportunidad de 'ser', porque sólo podemos ser realmente, cuando estamos conectado de verdad con la esencia de aquello que somos.
Y somos parte del conjunto sin dejar de evidenciar nuestra auténtica naturaleza.
Cada vez que por miedo o por ignorancia dejamos de compartir, nos aislamos, cuando eso sucede, dejamos de retroalimentarnos y finalmente nos convertimos en una hormiga más.
Somos llevados de derecha a izquierda y no sabemos conversar ni con nuestra derecha ni con nuestra izquierda. No sabemos alcanzar la altura para vernos ni sabemos descender a la profundidad necesaria para reconocernos.
Si un día estamos en medio de una multitud, hagámonos un favor, sonriámonos y compartamos nuestro camino, así nos enriqueceremos ambos y el hormiguero será por fin el paraíso que todos deseamos.