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El Arte de Conducir la vida y manejar tu Realidad

Vamos a reflexionar sobre un paisaje que se puede contemplar mientras circulamos por la carretera en un vehículo conducido por alguien que está a nuestro lado. Nosotros estamos en el asiento de al lado.


Pero antes que detenernos en la observación del paisaje, deseo que percibáis el ruido ensordecedor y molesto del viento, que se produce cuando tienes la ventanilla abierta.


Si deseamos escuchar una música dentro del coche habríamos de cerrar la ventanilla y aislar el ambiente interno del externo.


Esta analogía es muy importante. ¿Por qué nos es tan difícil de comprender que si estamos absortos en el ruido exterior de todos los acontecimientos que nos sobrepasan, no oiremos la música del alma que descansa en el interior de cada uno?


 El siguiente elemento que quiero que observéis es el primer plano en el que se mueven todos los árboles mientras el vehículo circula. 

Apenas se pueden identificar puesto que pasan a mucha velocidad.


¿Habéis podido captar algunas de las señales de tráfico que pasamos? Parece que vamos muy rápido para poderlas definir.

Tal vez se pueden intuir, pero no, leer con precisión y detenidamente.


Un poco más allá podemos interpretar un prado que parece moverse más lentamente y por tanto, podría estudiarse con más detenimiento si no fuera porque los árboles que se cruzan por delante, molestan para ver lo que hay detrás de ellos.


Espero que todos habremos llegado a la fácil conclusión de que en realidad, no son los árboles que se mueven ni el prado, si no nuestro vehículo.

Esto es tan evidente que seguramente en algunos de vosotros habrá provocado una sonrisa.


Pero, ¿Por qué no se nos ocurre que sucede de igual manera, en la vida, cuando vemos todos los acontecimientos que se suceden a nuestro alrededor pasan aceleradamente y no vemos las señales de advertencia que nos indican el camino correcto?


No vemos el camino, porque estamos demasiado hipnotizados en la secuencia de los árboles que pasan sucesivamente por delante de nuestros ojos, cuando no miramos el camino. 


¿Y por qué no lo miramos? Porque no somos los que conducimos. 


DEJAMOS LA RESPONSABILIDAD A OTRO PARA QUE CONDUZCA EL VEHÍCULO.


Luego no nos podemos quejar que se equivocó de carretera o que tuvimos un accidente porque se durmió. No podemos dejar la responsabilidad de nuestro Camino a otros para que nos conduzcan donde quieran. 


Nosotros podemos ELEGIR dónde ir, con un vehículo propio y tenemos que aprender a conducir o confiar en que quién conduce nos llevará al lugar del mapa señalado.


En el plano más lejano, mientras el vehículo circula, nos encontramos las montañas y el cielo. Este fondo apenas se mueve y a pesar de los árboles podemos interpretar con una cierta calma aquello que estando más lejos, se reproduce en ciclos más lentos y nos permite estudiarlo con más detenimiento.


La Humanidad puede contemplarse en su historia y planificar su futuro. Otra cosa es cómo la interpretamos y la interpretación está sujeta a la vivencia del viaje y en qué lugar del coche o de la carretera nos han ubicado los acontecimientos.


Pero todos, según los acontecimientos pasados podemos después sacar una conclusión del viaje con el conglomerado resultante de los diferentes planos experimentados: El ruido del viento si la ventanilla estaba abierta, la música del coche si la ventanilla la hubiéramos cerrado, los árboles o las señales de tráfico que apenas pudimos observarlas y que no nos importaban lo más mínimo porque no éramos nosotros quienes conducíamos, los prados del plano medio que no eran del todo observables, porque los árboles pasaban muy rápido molestando su visión y las montañas lejanas con el cielo y el sol o la luna que casi permanecían inmóviles. 


Hemos visto pues, que hay diferentes planos de interpretación según observemos de cerca o de lejos. 


Así podemos escuchar fácilmente lo más cercano y es difícil de escuchar lo que hay lejos a no ser que sea un ruido extremo.


Pasemos a la analogía:

Si circulamos por la vida, no dejemos que nadie conduzca nuestro vehículo y si lo hace, hemos de tener nosotros un mapa y saber por dónde queremos ir.


No podemos responsabilizar al conductor cuando se equivoca, si nosotros no ponemos atención al camino y a sus señales.


Sólo oiremos ruido si las ventanillas están abiertas. La voz del conductor o la música la podremos escuchar cuando el ambiente del vehículo está estanco, protegiéndonos del ambiente extremo del exterior, si hace frío o calor en exceso.


Lo cotidiano nos lleva a una agitación continua porque sólo vemos el primer plano de todo lo que pasa a nuestro alrededor y nuestra atención está dirigida sólo a este lugar.


Al no prestar atención al interior del vehículo y al estar tan absortos en el exterior, perdemos la identidad de lo que somos y sólo la definimos conforme a la rapidez con la que pasa el paisaje de fuera.


Dentro del vehículo, todo permanece tranquilo pero sin embargo nos movemos nosotros, no los árboles.


Si nuestra atención se fija en el camino o la carretera podemos atender a las señales en la medida que nos acercamos a ellas. Si lo deseamos podemos parar el coche y bajar de él. Sentir los árboles que están quietos y la inmensidad del prado que hay detrás, así como las bellas montañas que hay detrás y el cielo imperturbable con el astro rey coronándolo.


Esta es la práctica de la Meditación. Cuando somos capaces de parar el vehículo y atender a la realidad de todo, respirando la naturaleza, sintiendo el clima que nos vitaliza y escuchando el piar de los pájaros para después continuar el viaje, no con la falsa ilusión de que los árboles se mueven si no que somos nosotros que nos estamos desplazando. 


Nuestra atención recae sobre lo que está fuera de nosotros y no en nuestra verdadera esencia, es por eso que nos confundimos en lo que somos. Creemos ser nuestro personaje y no lo que realmente somos.


El Apocalipsis a la derecha, el Armagedón a la izquierda, delante la niebla, detrás la oscuridad, arriba la tormenta y bajo nuestros pies el lodo del pantano. Con el miedo grapado a nuestra mente y una mascarilla encogiendo nuestro corazón no podemos distinguir una realidad fiable. 


La apreciación de todo cuanto percibimos está condicionado por nuestra atención sobre las cosas.  Es la medida con la que nos medimos a nosotros mismos.


Tienes que detener el vehículo. Mira y escucha, percibe lo que hay de auténtico en todo lo que te agita y descubrirás que el paisaje más lejano y el sol que te da vida tiene mucho más que ver con tu realidad más inmediata que todas las olas que te producen vértigos y malestar.

No vemos el camino, porque estamos demasiado hipnotizados en la secuencia de los árboles que pasan sucesivamente por delante de nuestros ojos, cuando no miramos el camino. 


¿Y por qué no lo miramos? Porque no somos los que conducimos. 


DEJAMOS LA RESPONSABILIDAD A OTRO PARA QUE CONDUZCA EL VEHÍCULO.


Luego no nos podemos quejar que se equivocó de carretera o que tuvimos un accidente porque se durmió. No podemos dejar la responsabilidad de nuestro Camino a otros para que nos conduzcan donde quieran. 


Nosotros podemos ELEGIR dónde ir, con un vehículo propio y tenemos que aprender a conducir o confiar en que quién conduce nos llevará al lugar del mapa señalado.


En el plano más lejano, mientras el vehículo circula, nos encontramos las montañas y el cielo. Este fondo apenas se mueve y a pesar de los árboles podemos interpretar con una cierta calma aquello que estando más lejos, se reproduce en ciclos más lentos y nos permite estudiarlo con más detenimiento.


La Humanidad puede contemplarse en su historia y planificar su futuro. Otra cosa es cómo la interpretamos y la interpretación está sujeta a la vivencia del viaje y en qué lugar del coche o de la carretera nos han ubicado los acontecimientos.


Pero todos, según los acontecimientos pasados podemos después sacar una conclusión del viaje con el conglomerado resultante de los diferentes planos experimentados: El ruido del viento si la ventanilla estaba abierta, la música del coche si la ventanilla la hubiéramos cerrado, los árboles o las señales de tráfico que apenas pudimos observarlas y que no nos importaban lo más mínimo porque no éramos nosotros quienes conducíamos, los prados del plano medio que no eran del todo observables, porque los árboles pasaban muy rápido molestando su visión y las montañas lejanas con el cielo y el sol o la luna que casi permanecían inmóviles. 


Hemos visto pues, que hay diferentes planos de interpretación según observemos de cerca o de lejos. 


Así podemos escuchar fácilmente lo más cercano y es difícil de escuchar lo que hay lejos a no ser que sea un ruido extremo.


Pasemos a la analogía:

Si circulamos por la vida, no dejemos que nadie conduzca nuestro vehículo y si lo hace, tenemos que tener nosotros un mapa y saber por dónde queremos ir.


No podemos responsabilizar al conductor cuando se equivoca, si nosotros no ponemos atención al camino y a sus señales.


Sólo oiremos ruido si las ventanillas están abiertas. La voz del conductor o la música la podremos escuchar cuando el ambiente del vehículo está estanco, protegiéndonos del ambiente extremo del exterior, si hace frío o calor en exceso.


Lo cotidiano nos lleva a una agitación continua porque sólo vemos el primer plano de todo lo que pasa a nuestro alrededor y nuestra atención está dirigida sólo a este lugar.


Al no prestar atención al interior del vehículo y al estar tan absortos en el exterior, perdemos la identidad de lo que somos y sólo la definimos conforme a la rapidez con la que pasa el paisaje de fuera.


Dentro del vehículo, todo permanece tranquilo pero sin embargo nos movemos nosotros, no los árboles.


Si nuestra atención se fija en el camino o la carretera podemos atender a las señales en la medida que nos acercamos a ellas. Si lo deseamos podemos parar el coche y bajar de él. Sentir los árboles que están quietos y la inmensidad del prado que hay detrás, así como las bellas montañas que hay detrás y el cielo imperturbable con el astro rey coronándolo.


Esta es la práctica de la Meditación. Cuando somos capaces de parar el vehículo y atender a la realidad de todo, respirando la naturaleza, sintiendo el clima que nos vitaliza y escuchando el piar de los pájaros para después continuar el viaje, no con la falsa ilusión de que los árboles se mueven si no que somos nosotros que nos estamos desplazando. 


Nuestra atención recae sobre lo que está fuera de nosotros y no en nuestra verdadera esencia, es por eso que nos confundimos en lo que somos. Creemos ser nuestro personaje y no lo que realmente somos.


El Apocalipsis a la derecha, el Armagedón a la izquierda, delante la niebla, detrás la oscuridad, arriba la tormenta y bajo nuestros pies el lodo del pantano. Con el miedo grapado a nuestra mente y una mascarilla encogiendo nuestro corazón no podemos distinguir una realidad fiable. 


La apreciación de todo cuanto percibimos está condicionado por nuestra atención sobre las cosas.  Es la medida con la que nos medimos a nosotros mismos.


Tienes que detener el vehículo. Mira y escucha, percibe lo que hay de auténtico en todo lo que te agita y descubrirás que el paisaje más lejano y el sol que te da vida tiene mucho más que ver con tu realidad más inmediata que todas las olas que te producen vértigos y malestar.

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